Los comienzos de Carmen Amaya por Sebastian Gasch
08.05.2013 16:22Siempre que a propósito de Carmen Amaya leía uno que había nacido en las cuevas de Sacromonte, se echaba a reír. Pero esa leyenda había adquirido tal fuerza, que resultaba difícil destruirla. Además era muy literaria. Carmen Amaya que no tenía un pelo de tonta, la cultivaba con malicia. Para el extranjero iba de perlas. Hasta que ella misma la rompió un día de octubre de 1951 al casarse en la iglesia de Santa Mónica. Proclamó entonces que era catalana, nacida en la playa de Somorrostro.
En un barrancón de madera de aquella playa, en efecto, entre el murmullo de las olas y el pitar de los trenes, lanzó Carmen Amaya su primer suspiro. A su padre le llamaban “El Chino”. Era un hombre muy serio y muy digno, y poco comunicativo. Por las noches, salía con su guitarra a visitar los colmados andaluces del barrio de Atarazanas, por si se terciaba el acompañamiento de alguna juerga.
La madre de Carmen, doña Micaela era una gran “bailaora” de zambras. Nunca, sin embargo, bailó en público. Se dedicaba a los quehaceres de su casa. Tenía diez hijos y no le faltaba trabajo. Cuando la familia no la necesitaba, doña Micaela salía a vender ropa blanca. Una sola vez, la única en su vida, apareció en público. Fue cuando se estrenó la comedia “Els zin-calós”, de Julio Vallmitjana, popularísimo entre los gitanos, cuya vida y costumbres narró. En “Els zin-calós” Vallmitjana, intercaló una zambra fantástica, y el “Chino”, en prueba de amistad, accedió a que doña Micaela interviniera en ella.
Carmen Amaya empezó a bailar entre los suyos. Allá por el año 1924, cuando aún no había cumplido un lustro de su vida, apareció al lado de su padre en el “Chiringuitos”, el merendero de la Puerta de la Paz, junto al monumento a Colón. Después de bailar, la chiquilla vendía billetes de una rifa o pasaba el platillo.
Por miedo a la autoridad, el “Chino” no se atrevía a ir con su hija a los colmados. Pero algunas noches se presentó con ella en el “Cangrejo flamenco” de la calle Montserrat. La chiquilla causó sensación. Tanto que el “Chino” se arriesgó a llevarla a “Casa Escaño” de la calle de las Euras, junto a la Plaza Real, donde se reunían flamenco de más categoría. Joaquín Escaño, que si mal no recuerdo casó su hija con el torero “Facultades”, se entusiasmó de lo lindo y ofreció al “Chino” una elevada cantidad para que le dejara la niña: le forjaría un gran porvenir. Aquello equivalía a una propuesta de venta:
-¿Cree usted que una hija se vende como un pedazo de mojama?
Aquel día perdió el “Chino” su color amarillo. Estaba rojo de ira. Luego, ya debidamente autorizada, actuó Carmen en la “Villa Rosa”, en la calle Arco del Teatro. En aquel local, hubo primero un pequeño café concierto, que daba preferencia al género andaluz. Miguel Borrull, fundador de la célebre dinastía, gitano de Valladolid, que había sido el guitarrista del famosísimo Chacón, ganó abundante dinero en el Teatro Arnau con su hija Julia, soberbia bailarina, y decidió invertirlo comprando “Can Maciá”, que así se llamaba el café concierto, y lo transformó en “Villa Rosa”. La guerra del 14, que había arrojado desde la frontera francesa hacía Barcelona a muchos ricos aventureros, hizo que el negocio de “Villa Rosa” prosperara. Se llenó enseguida de extranjeros. Santiago Rusiñol, con un divertidísimo “sketch” que estrenó en 1920 en la revista “¡Chófer… al Palace!”, del Principal Palace, consagró la fama de “Villa Rosa”.
E 1929, Carmen Amaya trabajó luego en los colmados andaluces que Rosita Rodrigo y Candelaria Medina instalaron en el Pueblo Español de la Exposición. Entre los extranjeros que visitaban el certamen corrió la voz de que había una chiquilla que era genial bailando y llegó un agente del “Palace” de París para contratarla. El mismo año 1929, en la revista “París- Madrid”, Carmen Amaya debutó ante el público parisiense.
La “estrella” de la revista era Raquel Meller y el “Trío Amaya” estaba compuesto de Juana la Faraona – tía de Carmen -, ésta y su prima María.
De regreso a España, Carmen y su padre, el “Chino”, dieron principio a su actuación, que duraría algunos años en las tabernuchas y colmados flamencos del Distrito V. “La Taurina” de la calle del Cid, el citado “Cangrejo flamenco”, “La Feria”, “Casa Juanito”, “El Dorado”, de la calle Guardia, el “Bar del Manquet”, de la Puerta de Santa Madrona, con su glorioso cuadro flamenco que marcó época y, por último, la Bodega de Colón y de nuevo “Villa Rosa”
Fue en 1930 cuando el autor de estas líneas empezó a publicar la larga serie de artículos sobre Carmen Amaya, los primeros que acerca de ella aparecieron. Para ilustrar uno de esos trabajos, publicado en el semanario “Mirador”, y dado, como es natural, que ni Carmen ni su padre tenían fotografías, recurrí a un “minutero” de la parte baja de la Rambla. Y así fue como en una revista barcelonesa, salió un artículo ilustrado con la fotografía, hecha por un fotógrafo ambulante, de una rapazuela, que muchos años más tarde vería su efigie reproducida millares de veces en publicaciones que tiran millares de ejemplares. Esta famosa fotografía ilustra también el presente artículo.
¡Jamás volveremos a aplaudir a Carmen Amaya! Nunca artista ninguna logró emocionar a quien suscribe como lo consiguió Carmen Amaya. Quien esto suscribe ha visto bailar a innumerables bailarinas de tronío. Ninguna produjo la honda, la “jonda” emoción del zapateo enfebrecido de Carmen Amaya.
Descanse en paz la prodigiosa, inolvidable artista.